Emiliano Martínez salva a Argentina del infarto y la pone en semifinales

En un partidazo, con certeza el mejor del Mundial, el Dibu salva la opción albiceleste y la de Sudamérica. Tapa dos penales e instala al equipo de Scaloni entre los cuatro mejores.

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El lugar común lleva a decir que el enfrentamiento entre Países Bajos y Argentina se pareció a una partida de ajedrez. Puede tener razón. Al menos desde el punto de vista de la estrategia, cada uno de los técnicos tenía absolutamente claro cómo plantear sus piezas en el tablero.

Emiliano Martínez salva a Argentina del infarto y la pone en semifinales

Y, en virtud de ese conocimiento, que Van Gaal, el entrenador neerlandés había transformado en convicción absoluta de que se llevaría la victoria, también quedó en evidencia que tanto él como Lionel Scaloni tenían plenamente estudiada la fórmula para evitar que alguno de los contrarios se transformara en el rey de la jornada, y, sobre todo, para sufrir un literal jaque mate.

Al final, lo que se vio fue un partidazo lleno de emoción, probablemente el mejor del Mundial. Ese solo elemento marca la diferencia en la comparación. Los europeos estiraron la definición al filo del pitazo y, por si faltaba alguno, le dieron un un ingrediente emotivo adicional al duelo. En los penales, Emiliano Martínez se convirtió en el héroe al tapar

Argentina intentó ocupar los cuadros de más arriba. Y, siguiendo la analogía, se desplegó para evitar que los naranjas causaran daño a través de sus alfiles, Dummfries y Blind. Scaloni, está claro, apostaba sus fichas a la pieza de marfil que es Messi , que contaría con la colaboración permanente de un Julián Álvarez al que no le acompleja asumirse como peón y correrlas todas parra ahogar la salida rival.

Sí, sobre todo en el comienzo, pareció un partido de ajedrez. Pero, a diferencia del juego de mesa, bien dinámico. Con el roce que requiere una instancia decisiva y con el respeto por la escuela futbolística de cada uno, que privilegia el buen trato del balón. ¿Qué faltó? La osadía para desequilibrar, sobre todo considerando que ambos tenían a los indicados para hacerlo.

Los de Argentina están expuestos. En los europeos, Gakpo y Bergwijn perfectamente podían hacer lo propio. Pero les costó asumir la iniciativa. Depay, el otro llamado a romper rigideces, fue el primero que se atrevió, en los 24′. De Jong, el otro, brillaba por su ausencia.

No era ajedrez, claro. Porque en los torneos del deporte ciencia sobra el silencio. Y cuando Argentina no encontraba el camino desde las gradas bajaba el cántico para despertar a los suyos. Especialmente ese que junta a Messi con Maradona y sus padres, don Diego y la Tota, el himno del vestuario transandino. Eso sí, un disparo claro, como el que tuvo De Paul, demoró más de media hora.

El jaque llegó poco después. Messi hizo gala de la condición de monarca del campo de juego y metió un pase extraordinario para Nahuel Molina. Su séptima asistencia en copas del mundo. El jugador del Atlético de Madrid definió como pudo. Y celebró con todas las energías que le quedaban, como la mayoría del público que colmaba las galerías. El ‘gran maestro’ Van Gaal, el mismo que antes había dicho que tenía la fórmula para anular a Messi y a sus compañeros, quedaba, literalmente, impávido. Le habían pateado el tablero.

La decepción de Memphis Depay (Foto: Reuters)

La ilusión y el sufrimiento

Van Gaal revolvió las piezas en la segunda etapa. Los ingresos de Koopmeiners y Berghuis pretendieron, al menos en el papel, darle una mayor presencia ofensiva. La idea, obviamente, era fortalecer un ataque en el que solo Gakpo mostraba aceptables niveles de protagonismo. En Argentina, a nadie se le cayeron los galones a la hora de replegarse y ponerse el overol para defender la exigua, pero decisiva ventaja. La apuesta, ahora, estaba orientada a un contraataque letal del que, al menos en el inicio del segundo lapso, solo hubo una que otra escaramuza bien controlada por los naranjas.

El estratega tulipán siguió buscando fórmulas, como el ingreso de Luuk de Jong por un opaco Blind. Al otro lado, Scaloni optaba por cerrar la disputa desde el fortalecimiento del sector medio. Todo, otra vez, en la lógica ajedrecística. Salió De Paul, de mayor tendencia ofensiva. La señal era más que obvia.

El equipo sudamericano recibió una ayuda que, probablemente, no estaba en sus cálculos. En los 71′, Dumfries derribó a Acuña en una jugada ofensiva a la que faltaba mucho desarrollo para convertirse en riesgosa. Dos minutos después, Messi marcó su cuarta conquista. Parecía un tanto decisivo, pero no lo fue.

En el cierre, Weghorst puso la cuota de incertidumbre. Un cabezazo preciso, después de una asistencia de Berghuis, otro de los que había ingresado para cambiarle la suerte a la escuadra de Van Gaal, batió a Martínez y revivio a su escuadra. Argentina se ponía a sufrir, más cuando Martínez tuvo que volver a sacar los dedos para evitar una nueva caída de su arco, pero terminó celebrando igual. Hubo espacio, incluso, para la reyerta y diez minutos para estirar el sufrimiento.

Parecía que Argentina terminó festejando igual y, manteniendo en alto la última opción de Sudamérica, después de la eliminación de Brasil. Pero Weghorst tenía algo más que decir. En el undécimo minuto adicional, cuando los transandinos ya se enfocaban en la celebración, el delantero del Besiktas aprovechó una jugada estratégica en un balón detenido para sentenciar la igualdad y estirar la definición hasta el alargue. Y para llevar, otra vez, la tensión al límite de los pechazos y los golpes.

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